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Colofón II. Desde lo personal y lo local.

enero 7, 2009

El madrileño río Torote, deja tras de sí, antes que vierta sus ya escasas y algo contaminadas aguas a su hermano Henares; una humilde, aunque vasta vega, vecina de una peculiar llanura. Llanura cerealista y hogar de gran número de aves esteparias. Gran ejemplo de sostenibilidad. Tan cercano como ignorado, en el paisaje por el que discurre este discreto río madrileño, entre los sufridos Jarama y Henares; conviven el agricultor con la avutarda, el cirate con el cernícalo, la linde y la garcilla, la lechuza y el cazador.

Por ello, pensando en esta armónica convivencia que desde antiguo hace posible coexistir, el vivir del campo con la vida en él; fue protegida esta zona, dentro de las conocidas ZEPA (Zona Especial de Protección de Aves). Pero más recientemente, este área ha tenido que lidiar con otra especie de conservación: la del crecimiento desmesurado de la economía. En el argot rústico, invasión urbanística. Prioridades enfrentadas. Hoy por hoy gana el más débil, quien más tiene.

Sin embargo, siguen surgiendo nuevos conceptos de tal desmedido crecimiento, ante la pasividad y consumo de la población. Desde su límite sur en Alcalá de Henares, resuenan las amenazas con proyectos tan agresivos como necesarios para el ritmo de vida actual: macrovertedero e incineradora para el crecimiento material y demográfico (artificialmente, claro).

 

No quiero hacer de este drama y nueva agresión a nuestro entorno natural, un típico y vano grito ecologista frente a más emisiones de dióxido de carbono, sino a nuestro ritmo de vida y consumo, y sobre todo a nuestra conformidad con las oscuras estrategias de oportunismo político, ya sea por intereses económicos diferentes o por pseudo-intereses electoralistas.

Conforman esta zona protegida por ley europea de alto nivel ornitológico, 16 municipios donde en todos han acaecido escándalos políticos relacionados con especulación urbanística; donde en todos se burla la ley del suelo con más y más proyectos de urbanización e industria. 30.000 hectáreas donde decenas de miles de almas comimos y comemos de la cebada, trigo, conejo, liebre, perdiz, etc. 30.000 hectáreas donde habitan el aguilucho, la cigüeña, avutarda, esmerejón, alcaraván, etc. 30.000 hectáreas que son destruidas por proyectos de muy pocos, y como siempre nos enfrentan. ¿Quién luchó en sus municipios para que esto no llegase a ocurrir? A todos decirles, no al macrovertedero, no a las incineradoras, pero también no al gasoducto, no a sus carreteras. Sobre todo, no a su consumo ni a su crecimiento ni a su progreso.

Imagino y pienso en la vega del Torote que todos esos proyectos son también culpa mía. De mi insolidaridad, de mi consumismo, del sistema que me rodea y no combato. De mi pasividad. Vuelvo a casa en el mismo medio en el que me acerque a esta vega y recordé todo este ruido, mi bicicleta. Pienso que como mínimo escribiré sobre estas reflexiones. Pienso que cada día hay más esperanza.

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